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Joan Johnston

La novia huída

La novia huída - pic_1.jpg

Título Original: The rancher and the runaway bride (1992)

Serie: Whitelaw 02

Capítulo 1

– ¿Puedo darte un beso de buenas noches?

– Por supuesto, Hank.

– Tus hermanos…

– ¡Olvídate de ellos! Ya soy mayorcita. No necesito permiso de Faron y Garth para darte un simple beso de despedida -Tate Whitelaw dio un paso hasta el alto vaquero y le rodeó el cuello con los brazos. La brillante luz que había sobre la puerta delantera no llegaba del todo al extremo del porche en el que estaba con Hank.

Hank aprovechó la invitación de Tate, tomándola entre sus brazos y alineando sus cuerpos de pecho a cadera. Ella se hizo incómodamente consciente de la excitación de su acompañante, ya que sólo dos trozos de tela, sus vaqueros y los de él, separaban sus cuerpos. Hank buscó con su boca los labios de Tate y enseguida introdujo la lengua en su interior. Era más que un simple beso de buenas noches y, de repente, Tate se arrepintió de haberlo animado a dárselo.

– Hank… -jadeó, apartando la cabeza y tratando de escapar de su ardor-. No creo…

Hank la estrechó con más fuerza entre sus brazos y Tate alzó las manos para empujar con ellas sus hombros. Hank la agarró por su corto cabello negro y le hizo inclinar el rostro para seguir besándola.

– Hank! ¡Bas… basta! -jadeó ella.

Atrapado en su vehemente deseo, Hank ignoró las súplicas susurradas por Tate. Ésta ya había decidido que era hora de tomar una decisión desesperada cuando el asunto se le escapó de las manos. Literalmente.

Tate supo que alguien había llegado al lugar cuando Hank dio un gruñido de sorpresa al ser violentamente apartado ella. Su hermano Faron lo tenía sujeto con un puño por el cuello de la camisa, sosteniéndolo a un brazo de distancia.

– ¿Qué diablos crees que estás haciendo con mi hermana? -preguntó Faron.

Hank parpadeó, desconcertado.

– ¿Besarla?

– ¿Y quién diablos te ha dado permiso para hacerlo?

– ¡Yo! -dijo Tate, apretando los dientes. Con los puños apoyados contra las caderas y la barbilla alzada, se enfrentó a su hermano desafiantemente-. ¿Quién te ha dado permiso a ti para intervenir?

– Si veo a alguien maltratando a mi hermanita…

– ¡Yo puedo cuidar de mí misma!

Faron arqueó una ceja y Tate supo que era porque ella no había negado el hecho de que estuviera siendo maltratada. Hank había sido excesivamente efusivo, eso era todo. Podía haber escapado de él sin necesidad de que su hermano interviniera.

Para horror de Tate, Garth se asomó a la puerta principal y preguntó:

– ¿Qué está pasando ahí fuera?

– He encontrado a este coyote maltratando a Tate -dijo Faron.

Garth salió al porche, y si su enorme tamaño no era suficiente para asustar a cualquiera, el fiero ceño de su rostro sin duda lo era.

– ¿Es eso cierto? -le preguntó Garth a Hank.

Hank tragó con dificultad. Unas gotas de sudor humedecieron sus sienes. Se puso pálido.

– Bueno, señor… -miró a Tate en busca de auxilio.

Tate vio que los labios de Garth se comprimían en una tensa línea mientras intercambiaba una decisiva mirada con Faron. Hank ya había sido juzgado. Todo lo que quedaba era la sentencia.

– Saca tu trasero de aquí -le dijo Garth-. Y no vuelvas.

Faron le dio un buen empujón en la dirección adecuada y la bota de Garth terminó el trabajo. Hank bajó las escaleras del porche dando traspiés, fue hasta su camioneta, entró en ella, la puso en marcha y se fue levantando una nube de polvo y gravilla.

Hubo un momento de tenso silencio mientras el polvo se asentaba. Tate luchó por impedir que las lágrimas se derramaran de sus ojos. ¡No estaba dispuesta a permitir que sus hermanos vieran lo humillada que se sentía! Pero no había nada malo en dejarles sentir su afilada lengua. Se volvió y miró primero a los duros ojos marrones de Garth, y luego a los grises de Faron.

– ¡Supongo que estaréis satisfechos! -espetó-. Este es el cuarto hombre que echáis del rancho en un mes.

– Vamos, Tate -dijo Faron-. No merece la pena que tengas un novio que no esté a nuestra altura.

– ¡No me trates con condescendencia! No pienso dejarme aplacar como un bebé con una rabieta. No tengo tres años. Ni siquiera trece. Tengo veintitrés. Soy una mujer y tengo las necesidades de una mujer.

– Pero no necesitas ser maltratada -dijo Garth-. Y no pienso permitir que suceda.

– Yo tampoco -dijo Faron.

Tate bajó la cabeza. Cuando volvió a alzarla, sus ojos brillaban a causa de las lágrimas que enturbiaban su visión.

– Podría haber manejado a Hank yo misma -dijo con calma-. Tenéis que dejarme tomar mis propias decisiones y cometer mis propias equivocaciones.

– No queremos que sufras -dijo Faron, apoyando una mano en el hombro de Tate.

Tate se puso rígida.

– ¿Y crees que no me siento dolida por lo que ha pasado aquí esta noche?

Garth y Faron intercambiaron miradas. Luego Faron dijo:

– Puede que tu orgullo se haya resentido un poco, pero…

– ¡Un poco! -Tate apartó la mano de Faron de su hombro-. ¡Eres imposible! ¡Los dos lo sois! No tenéis ni idea de lo que quiero o necesito. No sabéis lo que es estar constantemente vigilado para que no metas la pata. Tal vez tenía sentido cuando era una cría, pero ya he crecido. No necesito que me protejáis.

– ¿Esta noche no necesitabas nuestra ayuda? -preguntó Garth con frialdad.

– ¡No! -insistió Tate.

Garth la tomó por la barbilla, obligándola a mirarlo.

– No tienes idea de cómo puede actuar un hombre cegado por sus pasiones, hermanita. Y no tengo intención de dejarte averiguarlo. Hasta que aparezca el hombre adecuado…

– Ahora ningún hombre querrá acercarse a menos de cien millas de aquí -dijo Tate amargamente-. ¡Mis queridos hermanos se han encargado de ello! Vais a conseguir que siga siendo virgen hasta que me quede seca como una pasa…

Garth le apretó con fuerza la mandíbula, obligándola a callar. Tate vio la furia de sus oscuros ojos.

– Será mejor que vayas a tu cuarto y pienses en lo que ha pasado aquí esta noche. Hablaremos de ello mañana.

– ¡Tú no eres mi padre! -espetó Tate-. ¡No puedes mandarme a mi habitación como si hubiera sido una niña mala!

– O vas por tu cuenta o te llevó yo -amenazó Garth.

– No va a poder ir a ningún sitio mientras no le sueltes la barbilla -dijo Faron.

Garth miró a su hermano con el ceño fruncido y luego soltó a Tate.

– Buenas noches, Tate -dijo.

Tate ya sabía que sólo había dos lados en los argumentos de Garth: el suyo y el equivocado. Tenía el estómago encogido. Sentía el pecho tan pesado que le costaba respirar y tenía un nudo en la garganta que casi le impedía tragar. Y sus ojos estaban llenos de lágrimas, ¡pero no estaba dispuesta a llorar!

Miró a Garth y a Faron alternativamente. El rostro de Garth era una máscara de granito, mientras que Faron la observaba con compasiva comprensión. Tate sabía que la querían. Era difícil oponerse a sus buenas intenciones. Sin embargo, el amor de sus hermanos no le hacía bien. ¡No la dejaban vivir!

Su madre murió al nacer ella, y Tate fue educada por su padre y sus tres hermanos, Garth, Faron y Jesse. Su padre murió cuando Tate tenía ocho años. Entonces Jesse se fue de casa y Garth y Faron se quedaron a cargo de ella, Y se tomaron muy en serio su responsabilidad. La tuvieron enclaustrada en el Hawks Way, y más vigilada que una novicia en un convento. Cada vez que salía del rancho, uno de sus hermanos la acompañaba.

Cuando Tate era más joven tenía amigas con las que compartir sus problemas. Según fue creciendo, descubrió que las chicas que conocía estaban más interesadas en conseguir conocer a sus hermanos que en ser amigas suyas. Finalmente, dejó de invitarlas.

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