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A

en un bosque de yedras

y de ortigas. En medio

había dos ranas viejas

que tomaban el sol,

aburridas y enfermas.

Esos cantos modernos,

murmuraba una de ellas,

son inútiles. Todos,

amiga, le contesta

la otra rana, que estaba

herida y casi ciega:

cuando joven creía

que si al fin Dios oyera

nuestro canto, tendría

compasión. Y mi ciencia,

pues ya he vivido mucho,

hace que no lo crea,

yo ya no canto más...

Las dos ranas se quejan

pidiendo una limosna

a una ranita nueva

que pasa presumida

apartando las hierbas.

Ante el bosque sombrío

el caracol se aterra.

Quiere gritar. No puede.

Las rams se le acercan.

¿Es una mariposa?,

dice la casi ciega.

Tiene dos cuernecitos,

la otra rana contesta.

Es el caracol. ¿Vienes,

caracol, de otras tierras?

Vengo de mi casa y quiero

volverme muy pronto a ella.

Es un bicho muy cobarde,

exclama la rana ciega.

¿No cantas nunca? No canto,

dice el caracol. ¿Ni rezas?

Tampoco: nunca aprendí.

¿Ni crees en la vida eterna?

¿Qué es eso?

Pues vivir siempre

en el agua más serena,

junto a una tierra florida

que a un rico manjar sustenta.

Cuando niño a mí me dijo,

un día, mi pobre abuela

que al morirme yo me iría

sobre las hojas más tiernas

de los árboles más altos.

Una hereje era tu abuela.

La verdad te la decimos

nosotras. Creerás en ella,

dicen las ranas furiosas.

¿Por qué quise ver la senda?

gime el caracol. Sí creo

por siempre en la vida eterna

que predicáis...

Las ranas,

muy pensativas, se alejan,

y el caracol, asustado,

se va perdiendo en la selva.

Las dos ranas mendigas

como esfinges se quedan.

Una de ellas pregunta:

¿Crees tú en la vida eterna?

Yo no, dice muy triste

la rana herida y ciega.

¿Por qué hemos dicho, entonces,

al caracol que crea?

Porque... No sé por qué,

dice la rana ciega.

Me lleno de emoción

al sentir la firmeza

con que llaman mis hijos

a Dios desde la acequia...

E1 pobre caracol

vuelve atrás. Ya en la senda

un silencio ondulado

mana de la alameda.

Con un grupo de hormigas

encarnadas se encuentra.

Van muy alborotadas,

arrastrando tras ellas

a otra hormiga que tiene

tronchadas las antenas.

El caracol exclama:

hormiguitas, paciencia.

¿Por qué así maltratáis

a vuestra compañera?

Contadme lo que ha hecho.

Yo juzgaré en conciencia.

Cuéntalo tú, hormiguita.

La hormiga medio muerta,

dice muy tristemente:

yo he visto las estrellas.

¿Qué son estrellas?, dicen

las hormigas inquietas.

Y el caracol pregunta

pensativo: ¿estrellas?

Sí, repite la hormiga,

he visto las estrellas.

Subí al árbol más alto

que tiene la alameda

y vi miles de ojos

dentro de mis tinieblas.

E1 caracol pregunta:

¿pero qué son estrellas?

Son luces que llevamos

sobre nuestra cabeza.

Nosotras no las vemos,

las hormigas comentan.

Y el caracol: mi vista

sólo alcanza a las hierbas.

Las hormigas exclaman

moviendo sus antenas:

te mataremos, eres

perezosa y perversa.

El trabajo es tu ley.

Yo he visto a las estrellas,

dice la hormiga herida.

Y el caracol sentencia:

dejadla que se vaya,

seguid vuestras faenas.

Es fácil que muy pronto

ya rendida se muera.

Por el aire dulzón

ha cruzado una abeja.

La hormiga agonizando

huele la tarde inmensa

y dice: es la que viene

a llevarme a una estrella.

Las demás hormiguitas

huyen al verla muerta.

E1 caracol suspira

y aturdido se aleja

lleno de confusión

por lo eterno. La senda

no tiene fin, exclama.

Acaso a las estrellas

se llegue por aquí.

Pero mi gran torpeza

me impedirá llegar.

No hay que pensar en ellas.

Todo estaba brumoso

de sol débil y niebla.

Campanarios lejanos

llaman gente a la iglesia.

Y el caracol, pacífico

burgués de la vereda,

aturdido a inquieto

el paisaje contempla.

CANCION OTOÑAL

Noviembre de 1918. ( Granada.)

Hoy siento en el corazón

un vago temblor de estrellas,

pero mi senda se pierde

en el alma de la niebla.

La luz me troncha las alas

y el dolor de mi tristeza

va mojando los recuerdos

en la fuente de la idea.

Todas las rosas son blancas,

tan blancas como mi pena,

y no son las rosas blancas.

que ha nevado sobre ellas.

Antes tuvieron el iris.

También sobre el alma nieva.

La nieve del alma tiene

copos de besos y escenas

que se hundieron en la sombra

o en la luz del que las piensa.

La nieve cae de las rosas

pero la del alma queda,

y la garra de los años

hace un sudario con ellas.

¿Se deshelará la nieve

cuando la muerte nos lleva?

¿O después habrá otra nieve

y otras rosas más perfectas?

¿Será la paz con nosotros

como Cristo nos enseña?

¿O nunca será posible

la solución del problema?

¿Y si el amor nos engaña?

¿Quién la vida nos alienta

si el crepúsculo nos hunde

en la verdadera ciencia

del bien que quizá no exista

y del mal que late cerca?

¿Si la esperanza se apaga

y la Babel se comienza

qué antorcha iluminará

los caminos en la Tierra?

¿Si el azul es un ensueño

qué será de la inocencia?

¿Qué será del corazón

si el amor no tiene flechas?

¿Y si la muerte es la muerte

qué será de los poetas

y de las cosas dormidas

que ya nadie las recuerda?

¡Oh sol de las esperanzas!

¡Agua clara! ¡Luna nueva!

¡Corazones de los niños!

¡Almas rudas de las piedras!

Hoy siento en el corazón

un vago temblor de estrellas

y todas las rosas son

tan blancas como mi pena.

CANCION PRIMAVERAL

28 de marzo de 1919. (Granada.)

I

Salen los niños alegres

de la escuela,

poniendo en el aire tibio

del abril, canciones tiernas.

¡Qué alegría tiene el hondo

silencio de la calleja!

Un silencio hecho pedazos

por risas de plata nueva.

II

Voy camino de la tarde

entre flores de la huerta,

dejando sobre el camino

el agua de mi tristeza.

En el monte solitario,

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