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ESCENA XII

Cesonia. Ven aquí.

El joven escipión. ¿Qué quieres?

Cesonia. Acércate.

Le levanta la barbilla y lo mira a los ojos. Pausa.

Cesonia (fríamente). ¿Mató a tu padre?

El joven escipión. Sí.

Cesonia. Lo odias.

El joven escipión. Sí.

Cesonia. ¿Quieres matarlo?

El joven escipión. Sí.

Cesonia (soltándolo). Entonces, ¿por qué me lo dices?

El joven escipión. Porque no temo a nadie. Matarlo o que me maten, son dos maneras de terminar. Además, tú no me traicionarás.

Cesonia. Tienes razón, no te traicionaré. Pero quiero decirte algo, o más bien, quisiera hablar a lo mejor de ti mismo.

El joven escipión. Lo mejor de mí mismo es el odio.

Cesonia. Escúchame tan sólo. La palabra que quiero decirte es a la vez difícil y evidente. Pero es una palabra que, si fuera realmente escuchada, realizaría la única revolución definitiva en este mundo.

El joven escipión. Entonces dila.

Cesonia. Todavía no. Piensa primero en el rostro convulsionado de tu padre cuando le arrancaban la lengua. Piensa en aquella boca llena de sangre y en aquel grito de bestia torturada.

El joven escipión. Sí.

Cesonia. Ahora piensa en Calígula.

El joven escipión (con todo el acento del odio). Sí.

Cesonia. Escucha ahora: trata de comprenderlo.

Sale, dejando desamparado al joven Escipión. Entra Helicón.

ESCENA XIII

Helicón. Calígula me sigue. ¿Y si fueras a comer, poeta?

El joven escipión. ¡Helicón, ayúdame!

Helicón. Es peligroso, paloma. Y no entiendo nada de poesía.

El joven escipión. Podrías ayudarme. Sabes muchas cosas.

Helicón. Sé que los días pasan y que hay que apresurarse a comer. También sé que podrías matar a Calígula… y que él no lo vería con malos ojos.

Entra Calígula. Sale Helicón.

ESCENA XIV

Calígula. Ah, eres tú. (Se detiene, en cierto modo como si buscara aplomo.) Hace tiempo que no te veo. (Acercándose lentamente.) ¿Qué haces? ¿Sigues escribiendo? ¿Puedes mostrarnos tus últimas obras?

El joven escipión (incómodo también, dividido entre el odio y no sabe qué). He escrito poemas, César.

Calígula. ¿Sobre qué?

El joven escipión. No sé, César. Sobre la naturaleza, creo.

Calígula (más cómodo). Hermoso tema. Y vasto. ¿Qué te ha hecho la naturaleza?

El joven escipión (recobrándose, con aire irónico y maligno). Me consuela de no ser César.

Calígula. ¡Ah! ¿Y crees que podría consolarme de serlo?

El joven escipión (en la misma actitud). Bueno, ha curado heridas más graves.

Calígula (extrañamente sencillo). ¿Heridas? Lo dices con maldad. ¿Es porque he matado a tu padre? Si supieras, sin embargo, qué justa es esa palabra. ¡Heridas! (Cambiando de tono.) No hay como el odio para que las personas se vuelvan inteligentes.

El joven escipión (rígido). He contestado a tu pregunta sobre la naturaleza.

Calígula se sienta, mira a escipión, luego le toma bruscamente las manos y lo atrae a la fuerza a sus pies. Le sujeta el rostro entre las manos.

Calígula. Recítame tu poema.

El joven escipión. Por favor, César, no.

Calígula. ¿Por qué?

El joven escipión. No lo he traído.

Calígula. ¿No lo recuerdas?

El joven escipión. No.

Calígula. Dime por lo menos de qué trata.

El joven escipión (siempre rígido y como a pesar suyo). En él hablaba de cierto acuerdo…

Calígula (interrumpiéndolo, en tono absorto). …de la tierra y el pie.

El joven escipión (sorprendido, vacila y continúa). Sí, más o menos eso, y también de la línea de las colinas romanas y de ese sosiego fugitivo y turbador que a ellas lleva la noche…

Calígula…Del grito de los vencejos en el cielo verde.

El joven escipión (abandonándose un poco más). Sí, también. Y de ese momento sutil en que el cielo aún lleno de oro, bruscamente gira y nos muestra un instante la otra faz, colmada de estrellas resplandecientes.

Calígula. De ese olor a humo, árboles y agua que sube entonces de la tierra hacia la noche.

El joven escipión (entregado). …El grito de las cigarras y la declinación del calor, los perros, el rodar de los últimos carros, las voces de los granjeros…

Calígula… Y los caminos inundados de sombra entre los lentiscos y los olivares…

El joven escipión. Sí, sí. ¡Todo eso! ¿Pero cómo te has enterado?

Calígula (estrechando contra sí al Joven Escipión). No sé. Quizá porque nos gustan las mismas verdades.

El joven escipión (estremecido, esconde la cabeza en el pecho de Calígula). ¡Oh, qué importa, si todo adopta en mí el rostro del amor!

Calígula (siempre acariciador). Es la virtud de los grandes corazones, Escipión. ¡Si por lo menos pudiera conocer tu transparencia! Pero conozco demasiado la fuerza de mi pasión por la vida; no le bastará la naturaleza. Tú no puedes comprenderlo. Eres de otro mundo. Eres puro en el bien, así como yo soy puro en el mal.

El joven escipión. Puedo comprender.

Calígula. No. Eso que hay en mí, ese lago de silencio, esas hierbas podridas… (Cambiando bruscamente de tono.) Tu poema ha de ser hermoso. Pero si quieres mi opinión…

El joven escipión (siempre estremecido). Sí.

Calígula. A todo eso le falta sangre.

Escipión, como picado por una víbora, se echa bruscamente hacia atrás y mira a Calígula con horror. Sigue retrocediendo y habla con voz sorda frente a Calígula, a quien mira con intensidad.

El joven escipión. ¡Ah, monstruo, monstruo infecto! Otra vez has representado. Acabas de hacer una comedia, ¿eh? ¿Y estás contento contigo mismo?

Calígula (con un poco de tristeza). Hay algo de verdad en lo que dices. Hice comedia.

El joven escipión (en el mismo tono). ¡Qué corazón hediondo y sangriento has de tener! ¡Oh, cómo deben de torturarte tanto mal y tanto odio!

Calígula (suavemente). Calla, ahora.

El joven escipión. ¡Cómo te compadezco y cómo te odio!

Calígula (colérico). Calla.

El joven escipión. ¡Y qué soledad inmunda ha de ser la tuya!

Calígula (estallando, se arroja sobre él, lo toma del cuello y lo sacude). ¿Soledad? ¿Acaso tú conoces la soledad? La de los poetas y la de los impotentes. ¿Soledad? ¿Pero cuál? Ah, no sabes que nunca se está solo. Y que a todas partes nos acompaña el mismo peso de porvenir y pasado. Los seres que hemos matado están con nosotros. Y con ésos sería fácil. Pero los que hemos querido, los que no hemos querido y que nos quisieron, los pesares, el deseo, la amargura y la dulzura, las prostitutas y la pandilla de los dioses. (Lo suelta y retrocede hasta su sitio.) ¡Solo! ¡Ah, si por lo menos en lugar de esta soledad envenenada de presencias que es la mía, pudiera gustar la verdadera, el silencio y el temblor de un árbol! (Sentado, con súbito cansancio.) ¡La soledad! No, Escipión. La puebla un crujir de dientes y en toda ella resuenan ruidos y clamores perdidos. Y junto a las mujeres que acaricio, cuando la noche se cierra sobre nosotros y, lejos por fin de mi carne satisfecha, creo asir un poco de mí mismo entre la vida y la muerte, mi soledad entera se llena del agrio olor del placer en las axilas de la mujer que aún naufraga a mi lado.

Parece extenuado. Largo silencio.

EL JOVEN ESCIPIÓN pasa detrás de Calígula y se acerca, vacilante. Tiende una mano hacia Calígula y la apoya en su hombro. Calígula, sin volverse, la cubre con una de las suyas.

El joven escipión. Todos los hombres tienen una dulzura en la vida. Eso los ayuda a continuar. A ella recurren cuando se sienten demasiado gastados.

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